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martes, 22 de julio de 2014


El ascensor.  

Es por la mañana. Estoy reventado y tengo unas ganas de mear enormes. Sube una pequeña claridad por las rendijas. Siento una sacudida suave. ¡Se está moviendo! Me levanto ayudándome de la barandilla que hay a media altura y me quedo agarrado a ella. ¡Al final el ascensor en el que estoy encerrado se detiene en la planta baja! Puedo ver el rellano enfrente de mí, con la escalera a la izquierda y la puerta que da al patio a la derecha. Estoy tan contento que el insípido color gris de las paredes me parece hasta bonito. No me lo puedo creer. Me río solo y me dirijo hacia la luz y la libertad.
De repente, el ascensor arranca hacia arriba y me da tiempo justo a apartarme. La mano derecha se me raspa con el borde del techo del edificio, arrancándome un grito de dolor. Caigo de nuevo al suelo. Con la diferencia de que ahora sangro. Cambia de nuevo de dirección y regresa a la planta baja hasta detenerse, haciéndome chocar en una de las paredes laterales de la cabina. Un dolor repentino en un hombro me arranca un gemido. Retrocedo gateando de espaldas hasta el fondo de la cabina, apoyando la espalda, con los ojos desorbitados y gimiendo de terror.  
 
Siento el aire viciado. Hace ya horas que se ha sellado todo y no puedo ver ni oír. El espejo me devuelve el reflejo de un tío asustado con barba de tres días y un polo morado que ya huele a sudor y a qué sé yo. Lo tengo manchado de sangre. Me he limpiado los dedos ahí, después de desollármelos apretando botones. Desde el primero hasta el último, los quince botones que hay en el panel de control del maldito ascensor que me tiene encerrado desde ayer.
Estoy ronco de haber gritado durante toda la noche y tengo los ojos enrojecidos de llorar y de estar sin dormir. Me ha atrapado este ascensor, y todavía no sé el por qué. Digo atrapado, sí, porque está vivo. Piensa y no me deja salir, no me deja que me escape.
Miro de nuevo todo desde mi esquina donde estoy en un ovillo. Mi vista se dirige hacia arriba. Los paneles se adivinan con la poca luz que dan las bombillas de emergencia. Puedo vislumbrar uno más grande, una trampilla para acceder al techo. No me atrevo.
            Me miro mi otra mano, dormida desde ayer gracias a una descarga eléctrica que me dio al pulsar la campana de aviso. Cuando me repuse, empecé a golpear las paredes por si me oía alguien. Al momento arrancó hacia arriba a una velocidad de vértigo, para luego cambiar e ir para abajo… ¡sólo! Caí de mala manera en el suelo, dándome un golpe importante en la cabeza. Y así tres veces, hasta que chillé de terror.  
Me han dado jadeos; no soporto los espacios cerrados. Tengo el inhalador cerca, pero hay veces que no es suficiente. No sé cuándo he roto un trozo de espejo; me entretengo mirando las diferentes imágenes de cada fragmento. Muevo un poco la cabeza, y se me deforma el lado derecho. Muevo otro poco y veo dos cuellos unidos por un polo morado partido. He estado pensando que no es verdad, que no existe, que es imposible una cosa así. Pero me veo, estoy vivo, despierto… y encerrado.  
Le he insultado todo lo que he podido, para luego amenazarle. Finalmente le he suplicado. Y llorado. Parece mentira, pero he llorado amargamente, hasta que me empezó a dolerme la cabeza y la garganta. He golpeado las paredes de impotencia. Creo que ahí rompí el espejo. Su respuesta fue encerrarme más todavía. Bajó un poco y me abrió las puertas entre dos pisos... para dejarme ver el muro, un bloque de hormigón puro, irregular y descarnado. Recordé lo que me había hecho al principio y gateé hacia la parte más alejada.
Varias veces que me he puesto de pie, ha arrancado hacia arriba y abajo para tumbarme; para dejarme tirado en el suelo. Le encanta tenerme así, que pierda la esperanza de escapar. Ambos sabemos que el edificio todavía está por habitar, faltan dos semanas para que se haga la entrega oficial de llaves a los vecinos. Y aquí estoy, esperando que la cordura me devuelva a la realidad. Él también espera.  

Me despierta la luz del nuevo día, sentado en mi cárcel. Mientras dormía ha bajado de nuevo a la planta cero. Puedo ver de nuevo la misma escalera de ayer, el mismo maldito color gris de las paredes y la puerta de salida. Agarro la barandilla para incorporarme, pero doy un pequeño grito de dolor. La mano me duele. La claridad me deja ver pequeñas marcas de sangre en la barandilla, en el espejo, en algunos botones. Decido no levantarme ahora. No quiero darle el gusto de que me tire de nuevo. Prefiero esperar. Al final vendrá algún vecino, como yo, ansioso de ver cómo ha quedado su nuevo piso. Seguro que acaba pensando que me pasé de drogas anoche, pero la verdad que ya me es igual todo. Sólo pienso en salir. 

Hace unas horas me he fijado en unas marcas rojas antiguas en la rejilla metálica del suelo de mi secuestrador. Me doy cuenta de que ésta no es su primera vez. Y de que tengo una sed horrorosa. Y de que estoy que apesto desde que me meé encima. Y de que mi mano está inflamada y no tiene buena pinta. Y de que ÉL sabe todo eso, y me espera, pacientemente. Sabemos que voy a tener que intentar salir. Y pronto.
Me he incorporado con dificultad y mi rival ha subido y ha bajado unos centímetros, como avisándome de que está preparado. Miro hacia fuera, y puedo ver la puerta de salida. La noche se está echando encima.
 
ypinti

 
 

lunes, 7 de julio de 2014

Blog Hop Proyect


En las tinieblas literarias 

Según me han contado, Blog Hop Proyect es una “cadena” entre bloggers que dedican su tiempo a plasmar en palabras lo que se cuece en sus cabezas. La diferencia con otro tipo de “cadenas”, esas que todos conocemos, es que no hay amenaza de arder en el infierno ni nada parecido si incumples el contrato ¡Lástima!
Bien, pues básicamente, la esencia del asunto reside en que cada uno “destripemos” un poco nuestro ego y nos demos a conocer entre los amigos de nuestros amigos, creando una gran comunidad entre (le pido prestado el término a Stephen King) los “disparaletras” y los “devoratextos” (éste es mio).
En fin, procedo a ello, bisturí en mano.


1. ¿Sobre qué estoy escribiendo actualmente?

Siendo fiel a mis principios y dado que aún no me siento preparado para hacer algo más extenso, sigo sumergido en los relatos cortos. Quienes han sido capaces de soportarme y han leído más de un texto sin la imperiosa necesidad de lanzarme un objeto contundente a la cabeza, tienen claro (o deberían) que no importa a qué paradisíaco mundo los esté llevando, al final, alguien o algo morirá.

2. ¿En qué difiere mi escritura de la de otros que desarrollan el mismo género?

Lo más sensato sería responder que ellos saben escribir, pero no sería del todo cierto, pues estaría partiendo de la comparativa con genios como Poe, el ya citado King, Barker, Shelley y un largo etcétera y no, ni sería justo para ellos ni, obviamente, para mi.
Dejando a un lado los libros editados (tema que también tiene su miga), por la red he leído relatos excelentes y otros no tanto, pero todos valorados positivamente, simplemente por el esfuerzo y la valentía de compartirlos sin complejos. No creo que lo que yo hago sea distinto de todos esos escritores anónimos que pululan por la red; a algunos nos falta “escuela”, pero no ilusión. El objetivo primordial reside en dar rienda suelta a la imaginación, creando una atmósfera de tensión, con un toque de ironía y poder finalizar cada texto con un mínimo de decencia.

3. ¿Por qué escribo lo que escribo?

Recuerdo el día que mi padre me regaló dos libros titulados “Horror 1 y 2”, libros que cambiaron mi forma de entender la lectura (a una tierna edad comprendida entre los diez u once años), y unido al descubrimiento, también por aquella época (si no recuerdo mal) del maestro José Guadalupe Posada, marcarían para siempre mi forma de interpretar, transmitir y/o plasmar mi manera de ver el mundo. Tras esos dos libros, empezaron a llegar muchos otros de diversos escritores, casi siempre del mismo género, aunque los grandes clásicos de la literatura universal siempre estuvieron a mano.






















4. ¿Cómo es mi proceso de escritura?

No existe una fórmula, ni ritual, ni nada parecido. Soy anárquico al 100% en todo lo que hago (y así me va). Las ideas se me amontonan en la cabeza y simplemente hago una selección de lo que considero interesante y lo que no. Normalmente parto de una idea simple, una frase o incluso de una palabra, y a partir de ahí, desarrollo sobre la marcha toda la historia que conforma cada relato. He probado algunos “trucos”, como escribir borradores para luego quedarme con lo más adecuado o válido, pero nunca me ha salido bien y he preferido seguir haciendo las cosas a mi manera. La espontaneidad, en mi caso, funciona mejor.


Y ahora es cuando servidor tendría que nominar a tres bloggers para que sufriesen en sus carnes esta autoflagelación, pero a los únicos que conozco lo suficiente como para torturarlos así son Chá, que ya me cedió el testigo, e Ypinti, que está desaparecido de escena, y carezco de candidatos que aportar. Tal vez en un futuro no muy lejano ¿quién sabe?

Por cierto, ningún blogger, persona, animal o cosa sufrió daño alguno durante el proceso de escritura del texto. Me parecía importante dejar claro este punto...




lunes, 7 de abril de 2014

El quinto protocolo (primera parte)


Un ruido estridente me arrancó de los brazos de Morfeo, depositándome, a eso de las cuatro y media de la madrugada, en una absurda y oscura realidad. El teléfono sonó varias veces mientras mis párpados luchaban por mantenerse abiertos, mi mano tanteaba sobre la mesita de noche buscando el dichoso aparato y mi mente intentaba decidir si era lunes o martes. Cuando finalmente localicé la fuente de mi suplicio, descolgué con desgana, escuchando las gotas de lluvia repiquetear sobre alguna superficie metálica en la calle.
El culpable, que no podía ser otro que mi jefe; hablaba demasiado rápido y nervioso, lo que me hizo del todo incomprensible aquél discurso que duró unos quince minutos. A pesar de todo, fuí capaz de retener dos frases: Stanis ilocalizable y activar quinto protocolo. Si la primera frase me causó horror, su extensión me dejó petrificado.
Me vestí lo más rápido que pude, mientras pensaba en Stanis. Entendía que cundiese el pánico con su desaparición, pero ¿hasta el punto de atreverse a mencionar al quinto? Necesitaba respuestas y las necesitaba ya.
El coche volaba bajo la lluvia, haciendo caso omiso de semáforos y señales de tráfico. A esas horas, aún de noche, las calles eran suyas y yo, un mero espectador. Tardé quince minutos en realizar un trayecto que, en circunstancias normales, podría haberme costado entre cuarenta y una hora. Me estaban esperando.
Amanecía. Los primeros rayos del sol se filtraron por las rendijas de las persianas, mezclándose con la luz artificial de la sala de juntas. La histeria fue la nota dominante durante los primeros minutos, donde voces inconexas, originadas en diversos puntos, colisionaban en el centro mismo, creando un caos sonoro. La cordura tardó, pero finalmente hizo acto de presencia, mientras yo clavaba la mirada, incrédulo, en aquellos rostros fatigados e hinchados, fruto del sueño y el exceso de alcohol. No les culpaba, aquello era grave.
El secretario se esforzó por hacer un resumen claro y conciso, cosa que, sorprendentemente y a pesar de su notable estado de embriaguez, consiguió. Si bien es cierto que a más de un fragmento tuve que echarle imaginación, con algún que otro corta/pega mental; no interrumpí en ningún momento su informe.
El punto número uno había quedado bien claro desde el principio. Nuestro ingeniero informático, Stanis, había desaparecido sin dejar rastro. La pregunta era sencilla ¿cómo se podía perder a un genio de las computadoras, con el aspecto y altura de un oso siberiano, en una ciudad tan pequeña? Teniendo en cuenta que, además, era un paranoico de la seguridad (sobre todo de la suya) y tenía por costumbre decir o dejar por escrito a dónde iba, con quién, lo que estimaba que tardaría y la mayor cantidad de números de teléfono que le fuera posible conseguir, en caso de que fuera imprescindible localizarle. Así que si, teníamos un problema muy grave con lo del ruso.
El punto número dos era el verdadero quebradero de cabeza y el más crítico al que debíamos enfrentarnos. El centro neurálgico del suministro eléctrico de todo el planeta había sido hackeado. Aunque analizando bien la situación, ambos problemas necesitaban la misma solución, a Stanis.
- Nos lo advirtió, - dije en voz suficientemente audible – a todos y cada uno de nosotros, pero nadie le hizo caso. Creímos que eran paranoias producidas por se ego, pura excentricidad ¡Miradnos ahora!
- Pero el ruso... - el secretario de defensa Reel siempre tenía un “pero” en la boca, aunque ésta vez no se lo iba a permitir.
- ¡Se han colado en el código fuente del distribuidor mundial de energía! -grité – Creo que no necesito recordaros a qué nivel tiene acceso el pirata.
Por sus caras, deduje que lo entendían perfectamente. Stanis me lo había explicado cientos de veces, aquello era su obsesión. Utilizando los principios básicos de la informática, todo se reducía a ceros y unos, donde cero se traduce en apagado y uno es encendido. Sistema binario, recitaba una y otra vez con una sonrisa de oreja a oreja. Según contaba, era posible acceder a cuarquier ordenador desde la red eléctrica y actuar sobre el mismo sin ser detectado por un antivirus o cortafuegos, por muy sofisticados que éstos fueran. El procedimiento, en la teoría, era sencillo; en la práctica no tanto. La esencia de dicha teoría se sustentaba en el código Morse, lento y costoso, pero tremendamente efectivo. Nadie se había planteado, hasta ese momento, hacer algo mínimamente parecido. Se requerían conocimientos y práctica de informática básica, tener muy claro lo que se pretendía hacer y desarrollar un complicado programa en modo rudimentario, por decirlo de alguna forma.
Pensar en toda la maquinaria bélica que en ese momento estaba expuesta al capricho de un desconocido, hacía que se me revolviesen las tripas. El ruso fue capaz de imaginar algo así y tenía muy claro que, si él había llegado a esa conclusión, tarde o temprano otros lo harían.
- ¿Qué solución propones? - la pregunta venía directamente de Brian Shuttle, el máximo responsable de aquella mole de hierro y hormigón. El jefe.
- Sólo tenemos dos opciones, o encontramos a Stanis o apagamos.
- ¡Por dios! - exclamó Reel -¿Sabe lo que está diciendo? La humanidad no sobrevivirá ni tres días.
- ¿Prefiere ver como se activan por si mismos los escudos de defensa y se arman los misiles atómicos? - dije sin ningún tipo de reparo - ¿Se va a sentar en el jardín de su casa a ver el espectáculo? Debe ser precioso observar cómo bombas provenientes de medio mundo caen a nuestro alrededor.
- ¡Por favor, señores! - exclamó el vicesecretario de defensa, Lars. No recordaba su nombre. - Necesitamos soluciones, no añadir problemas a los que ya tenemos.
- O Stanis o apagón, - insistí – no hay más alternativas.
- Pues vayamos a por Stanis. - concedió Shuttle - ¿Por dónde empezamos?
- Aquí tengo un listado con sus localizaciones habituales. - la voz de Julia, máximo responsable del departamento de cuentas, llegó como un soplo de aire fresco en medio de un asfixiante día de verano - Propongo repartirnos las tareas y ponernos a ello cuanto antes.

sábado, 22 de febrero de 2014

El exterminador III


La imagen no podría ser más desoladora. Cientos de cuerpos sin vida, esparcidos por doquier, casas consumiéndose entre las llamas en el mejor de los casos, coches destrozados, el humo que irrita los ojos y obstruye las vías respiratorias y hace que todo aquello tenga un toque aún más siniestro y tóxico.
¿Cuantas almas han sido sacrificadas para satisfacer el ego y la codicia? ¿Cuantos sueños han muerto en nombre de las libertades de unos pocos?
Camino entre luces y sombras, valorando, sopesando pros y contras de cuanto mis acciones provocan en el curso de la historia. La guadaña de la parca se cierne sobre el mundo cada vez que tomo una decisión, en cada lance, en todos y cada uno de los resultados. Siempre ha sido así, o al menos, así es como alguien, en algún momento, decidió que debía ser. Obediente en el cumplimiento del deber, efectivo bajo cualquier circunstancia y siempre anónimo para el resto del mundo.
La misión ha concluido satisfactoriamente. El objetivo, Jesús Hernández, más conocido por el sobrenombre de “El Exterminador”, en cuyo currículum se incluyen varios genocidios y más de un presidente abatido, ha sido eliminado.
De pie, sobre un charco de sangre que empieza a coagular, reflexiono acerca del motivo de mi existencia. La propaganda se ha encargado de señalar, a través de la historia, a buenos y malos, según la bandera a defender, o dicho de otra forma, a los intereses necesitados de protección. El panfleto ha servido para manipular a las masas en beneficio de los mercados, los mismos que manipulan y extorsionan a los gobiernos de cualquier ideología, sea democrática o no. Siempre ellos, dispuestos a llevarnos al matadero cuando la situación así lo requiera; o a sacrificar a su gente en eso que no dudan el llamar “daños colaterales”.
- ¡Somos marionetas! - repito una y otra vez, mientras miro directamente a los ojos de aquél cuerpo que en vida se llamó Jesús, y que desde sus vacuas cuencas, refleja la cruel dureza de la realidad. Es hora de quitarse el collar, de dejar de ser el perro para convertirme en amo.
Mientras me cuelgo el subfusil a la espalda, escucho las sirenas aproximándose. Hora de irse, aunque antes, debo proclamar a los cuatro vientos mi decisión. Puro romanticismo.
- ¡Soy Andrés Cuenca! - pero enseguida me doy cuenta que estoy susurrando y entonces grito - ¡Y SOY EL EXTERMINADOR!
Desaparezco entre el humo y el caos, para eso he sido entrenado...

viernes, 31 de enero de 2014

Victoria (El exterminador II)


Observo con atención, aún desconfiado, aún con cautela. Todos los indicios apuntan en la misma dirección. Respiro hondo y aflora esa sonrisa que muy pocos conocen, la que todos, excepto el enemigo, desean ver. La satisfacción es más que evidente, pero no ha sido un camino de rosas y eso siempre deja huella. En mis ojos se refleja la dureza de la batalla, las noches en vela, la desesperación del guerrero cuando se ve superado, cuando aparecen las dudas y las fuerzas fallan, cuando el alma y el corazón descienden a los infiernos...
Pero yo nací para ésto, para superar cualquier obstáculo y entregarme a mi labor hasta sus últimas consecuencias. Los dioses me otorgaron un don y merecería el peor de los castigos si no pusiese todo mi empeño y utilizase todas mis habilidades en cada lid. No, ellos no me lo perdonarían, ni yo tampoco.
Guardo, pues, todas mis armas y utensilios, sin apartar los ojos del campo de batalla, libre de cualquier fuerza hostil, limpio, puro. Pronto volverá a florecer y será como antaño, un lugar bello y lleno de vida.
- ¿Y bien? - me susurra una voz al oído.
- Es una clara victoria.
- ¿Está curado?
Me doy la vuelta para poder mirar los ojos de mi joven interlocutora, siempre ávida de conocimiento, siempre con una pregunta en la recámara, siempre inconformista.
- El oficio es duro, se pierden muchas batallas – miro otra vez al niño postrado en la cama – pero ésta guerra está ganada. El cáncer ha desaparecido
- ¡Joder, doctor! Desde luego, el apodo del exterminador te va como anillo al dedo.
Hoy lo celebraremos por todo lo alto, aunque será breve. Mañana habrá que buscar nuevos retos y enfrentarnos a nuevos adversarios.

jueves, 15 de agosto de 2013

Experimento fallido.

            Le ardía todo por dentro y el corazón le saltaba salvajemente. Se dobló sobre sí mismo y clavó sus dos dientes delanteros en su blanda tripa hasta sangrar, como si el dolor se pudiera ir por el agujero que se había abierto. A través de su pelo marrón grisáceo comenzó a salir un reguero de sangre. La paja del suelo se tiñó de rojo en un momento. Empezó a cagar una pasta marrón verdusca, manchando su cola de ratón. Sus bigotes le trajeron el olor característico de sus heces junto con algo químico que no sabía descifrar.
                      Comenzó a convulsionar levemente y se arrastró hasta los barrotes de la jaula. Su lomo al final quedó impregnado de paja, sangre y heces. Apoyó sus patas delanteras en los barrotes. Javier, el jefe de laboratorio, se le acercó y le miró a través de sus gafas.
            –Joder, Dientes, otra vez mal. No hay manera, pensé que ya teníamos juntos el remedio y te me pones fatal.
            Dientes mordió los barrotes de rabia. Llevaba dos meses encerrado en un laboratorio sin razón. Le habían privado de libertad sacándolo de su granja, donde tenía comida abundante, todas las ratonas que quería y una panda de crías que siempre iban tras él. Le habían dado comidas asquerosas, operado dos veces, y le habían pinchado líquidos que olían fatal.
            Pero lo que peor llevaba era los olores. Cuando se acercaba, Javier olía siempre a agrio y a humano que apestaba. Sabía lo que comía, lo que bebía y por dónde había pasado antes de entrar en el laboratorio. Incluso sabía cuando se trajinaba a la becaria, pues podía olerla en sus dedos cuando se acercaba a la jaula.
            Ahora su hocico le decía que había tomado café y se había fumado un puro de esos que tenía en el bolsillo superior de su bata blanca. Olían genial, y se moría de ganas porque le diera uno para comérselo. Pero tenía la maldita costumbre de quemarlo y echarlo a perder.
            –Heces marrón-verdoso, convulsiona, no controla el cuerpo, le dan ataques incontrolables con autolesiones; sin fuerza en las patas traseras; la cola se enrosca sobre sí misma. Espuma amarilla en la boca. Individuo con posibles dolores internos que le hacen estar en un estado de rabia. Muerde los barrotes compulsivamente.
            Pero será gilipollas el tío este, pensó Dientes. Si le doliesen a él las tripas como a mí, a ver si no iba a estar cabreado. Aunque la verdad era que después del retortijón y de haberse cagado a gusto, ya no le dolía tanto. Vio que Javier acercaba la cara a los barrotes, para verlo mejor. Se puso boca arriba con las patas encogidas. Chilló con fuerza, pateó varias veces y escupió todo lo que pudo. Luego, se quedó quieto.
            –Dientes, no jodas, vamos, aguanta un poco, que ésta tenía que ser la buena. ¿Pero donde cojones ha fallado? Si la cadena de ácidos era correcta. Joder, joder –dio vueltas tirándose del pelo y atusándose el bigote.
            Una corriente de aire le dijo que Javier se estaba acercando de nuevo. Algo duro y puntiagudo le empujó desde su costado izquierdo. Olió la tinta azul del bolígrafo. Volvió a notar el golpe. Se sintió desplazado por la jaula hasta que un montón de sus propias cagadas lo paró. Pero no se movió para nada. La baba le caía del lateral de su boca hasta taparle un orificio de sus hocicos. La herida de la tripa le picaba pero, aparte de eso, ahora no tenía ningún dolor. Se sentía perfecto, mucho mejor que en días. Tanto que le apetecía hasta la comida asquerosa de granos que de vez en cuando le daba Javier.
            Escuchó el estribo de metal que se soltaba del barrote. Javier estaba abriendo la puerta. Dientes notó cómo se le movían unos pelillos en su oreja. Temió que se diera cuenta y que se echara atrás, aunque decidió quedarse todavía quieto.
            Sintió una presión en ambos lados de su cuerpo y que era levantado del suelo de la jaula. Su cola cayó entre sus dos patas hasta tocar la mano de Javier y sentir su calor. Olió a croissant y a tabaco de nuevo. El olor del hierro fue muy fuerte pero luego fue disminuyendo. El viento que le movía su pelaje le trajo olor a madera, a papel, a plásticos. Supo que ya estaba fuera.
            De repente retorció su cuello y mordió con fuerza la mano de Javier mientras chillaba. Sus dientes atravesaron algo plástico, luego su piel más flexible, hasta penetrar en la carne. Llegó al hueso y aunque empujó, no pudo seguir más. Su sangre era dulce, olía a azúcar y manzanas, y a miedo.
Escuchó el grito que le traspasó sus orejas y sintió un empujón muy fuerte. Sus dientes perdieron el contacto con la mano, pero su lengua seguía recordando la sangre. Abrió los ojos y vio que estaba volando. Tensó el cuerpo, extendió las patas y estiró la cola. Dio contra la pantalla de un ordenador y escuchó su propio cuerpo rebotar. Se giró en el aire y logró caer de patas en el suelo. Ahí sí que le tiró un poco la herida de su tripa. Miró rápidamente hacia delante y vio la puerta abierta.
Se lanzó a la carrera y salió al pasillo. Al final vio otra puerta abierta y corrió pegado a la pared. Escuchó la rabia que Javier lanzaba al aire. Seguía teniendo en la boca su sabor. La carrera le trajo un viento y pudo oler de nuevo la granja.

martes, 19 de marzo de 2013

Una cena romántica


Caminan descalzos sobre la hierba húmeda, entre los árboles, apartados de cualquier sendero señalizado para tal efecto. La luna brilla en todo su esplendor en la bóveda celeste, lo que les proporciona luz suficiente para distinguir cualquier obstáculo que exista en el camino. Su manos entrelazadas, cual adolescentes extraídos de una fotografía antigua, completan la escena.
- ¡Me encanta ésta época del año! - exclama ella casi en un susurro, provocando en él una sonrisa. -Hacía tiempo que no salíamos a cenar así, tú y yo solos.
Aprieta su mano en el mismo instante en que distinguen las primeras luces de la urbe, ya están cerca, muy cerca.
- Creí que te agradaría, - le susurra – nos merecemos un poco de intimidad.
- Sabes que te quiero ¿verdad?
- ¿Significa eso que estás nerviosa? - ella asiente – No te preocupes, será inolvidable.
Ya están en los límites que separan la espesa arboleda de la ciudad y, al otro lado de la calle, cientos de personas van saliendo del cine, riendo y bromeando, satisfechas. Ambos se miran, con un brillo intenso reflejado en sus pupilas. Alzan la vista hacia el astro que preside desde el cielo, la mesa dispuesta para la cena. Un largo aullido precede a la transformación y la noche se tiñe de sangre en pocos segundos...