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¿Doctor Morales? - preguntó al hombre que acababa de cruzar el
cordón policial – Soy el subinspector Bermejo.
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Encantado. - respondió al tiempo que se estrechaban la mano. - Según
me han dicho, podría tratarse de un paciente mío.
El
agente sacó de su bolsillo una libreta y fue pasando hojas hasta dar
con las últimas anotaciones.
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Varón de raza blanca, de cuarenta y tantos, pelo negro teñido,
metro setenta y seis y respondía al nombre de Santiago Herrera ¿es
él?
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Efectivamente ¿puedo verle?
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El forense está rellenando el papeleo, creo que disponemos de unos
minutos. - dudó un momento, como si no encontrase las palabras –
No es muy agradable, se lo advierto.
El
doctor asintió y siguió los pasos del subinspector a través de los
pasillos mal iluminados de la finca. Subieron por el ascensor hasta
la séptima planta y continuaron por un nuevo pasillo hasta la puerta
setecientos nueve. Todo parecía sacado de una serie policial;
guantes de látex, varios agentes tomando notas, el forense echando
un último vistazo al cadáver, sangre en la moqueta...El médico se
acercó hasta el lugar donde se hallaba cuerpo de su ahora ex
paciente.
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¿Qué opina? - preguntó el policía.
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Creo que finalmente, Carlos y Santiago ajustaron cuentas. –
respondió con tristeza.
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¿De qué está hablando?
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Ambos se odiaban y habían jurado matarse el uno al otro. - levantó
la vista y clavó sus ojos en los del subinspector – Por eso venían
a mi consulta.
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El tal Carlos ¿también es paciente suyo? - volvió a preguntar -
¡Por dios, doctor! Dígame quién es, donde vive, tenemos que
detenerle ¡ya mismo!
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¡Tranquilícese! Todo lo que necesita está aquí.
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O empieza a hablar o haré que le detengan por obstrucción.
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Verá, es muy sencillo. - dijo el doctor – Santiago Herrera sufría
de un trastorno de identidad disociativo, Carlos era su álter ego y,
por lo que veo, - suspiró como si todo aquello fuese producto de una
mala noche – ambos llevaron a cabo su amenaza.