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miércoles, 29 de febrero de 2012

En la sombra


La sombra, haciendo gala de su recién adquirida consciencia, tembló casi imperceptiblemente al posarse sobre el tibio suelo primaveral. De todas las sensaciones que su bidimensional ser llevaba experimentando desde hacía pocos días, aquella era una de las que más disfrutaba. Por contra, le desagradaba enormemente el hecho de permanecer en espacios cerrados, donde la única distracción consistía en observar el entorno. Algunas veces, no demasiadas, la verdad, se encontraba en sitios interesantes, donde su curiosidad saciaba con creces la falta de luz natural. Pero la rutina establecía dos puntos básicos que en absoluto respondían a sus expectativas. Tanto el hogar como la oficina, se volvieron aburridos e insulsos a las pocas horas, ya que ni ofrecían demasiada variedad, ni existían alteraciones que proporcionasen a aquellos sitios de estímulos suficientes. Pero el exterior era otra cosa. La vida bullía en todas direcciones, creando un caos constante y maravilloso, donde no se repetían las cosas ni las situaciones.
Paseaba por el parque, sin duda, uno de sus lugares preferidos. Extendía los brazos para rozar las hojas que habían caído de los árboles, mientras observaba a los niños correr detrás de un balón, gente mayor leyendo el periódico o una revista o empujando un carrito y aquellos rostros que, aunque permanecían serios, mostraban claros signos de alegría y felicidad. Necesitaba sentir la vida igual que todas esas personas que se movían por el mundo con total libertad, que podían decidir si iban o venían, cuando detenerse o retomar la marcha. Si, aquello era con toda probabilidad lo que le faltaba. Pero estaba el otro. El ser que se erguía a sus pies, a quien permanecía unida y quien tomaba las decisiones. Era él, quien se pasaba horas interminables en la oficina para después arrastrarla directamente a casa. Era él quien mandaba y quien impedía su libertad. Observó más atentamente y vió que había más como ella, que cada hombre, mujer, niño o animal tenía retenida de la misma forma a otras sombras ¿cómo era eso posible? Una sensación nueva afloró en su ser, la ira y decidió que aquello tenía que terminar. Acababa de encontrar el primer motivo de su corta vida. De una forma o de otra, por las buenas o por las malas, se desharía de ese ser al que estaba unida y ayudaría al resto de sus compañeras a hacer lo mismo.

domingo, 26 de febrero de 2012

Máscaras.

Cuando me invitaron a esta fiesta de máscaras, dudé, pues nunca había estado en ninguna. Cuando me explicaron que lo único que había que llevar era la máscara, dudé más, pues no soy hombre de imaginación. Ahora camino entre arlequines, fantasmas de la opera, gatos, tigresas, payasos, cortesanos, policías, bomberos, algún Spiderman y muchas bailarinas. Y todos desnudos. Soy un león entre corderos, un castigador entre pecadores, un huracán que se dirige imparable hacia la toma de tierra. Sudo apenas, pues eso significa miedo. El olor del sexo en el ambiente se cuela por el plástico de mi imagen falsa. Me acerco a una gata que lleva un cubata de naranja y un enorme anillo en forma de corazón. Tomo su mano y la pongo en mi hombro. Me acerco y le rujo suavemente al oído. Ella ríe. Veo sus ojos acuosos llenos de deseo. Me giro y tiro de ella. Me sigue sin resistencia hasta la habitación de al lado. Abro la puerta mientras vuelvo mi cabeza y le rujo de nuevo. Me pone las manos en los hombros, se acerca a mi espalda y me maúlla con voz juguetona al oído. Siento el calor de su cuerpo. Soy un depredador. Soy su asesino. Soy el único que no lleva máscara.  

martes, 21 de febrero de 2012

GRANJEROS GUERREROS (PARTE IV)

Se dio cuenta de que corría cada vez más despacio. Estaba más viejo de lo que creía. Lo que vio le gustó. Uno de los exploradores estaba de pie, con la espada en la mano, su caballo metros más atrás, pero con una flecha clavada en el brazo derecho. Su hijo Nuño se había arriesgado mucho, pues en vez de tirarle al caballo le había disparado al guerrero. Si hubiese fallado, ahora estarían enfrentándose a dos soldados. Pero le había salido bien.

También vio que sus hijos habían asimilado bien la instrucción que les daba cada tarde desde hacía un poco más de dos años. Nuño había tirado el arco y cogido la lanza, que la tenía apuntando al jinete. Éste empezó a dar vueltas para rodearle, pero Cástor se abrió hacia un lado para intentar rodearlo. El soldado se dio cuenta que no podría evitar que su caballo recibiese un lanzazo si obviaba a Nuño, pero entonces corría el riesgo de que se le acercase con la espada su otro oponente.

También se dio cuenta de que la mujer armaba el arco de nuevo, y de que Sáenz había acabado con el resto de sus compañeros. Ya no se lo pensó más. Giró a su caballo y picó espuelas. Pero era demasiado tarde. La flecha vino desde atrás, certera, clavándose en la grupa del animal. Éste relinchó, encabritándose. Por mucho que lo intentó, el guerrero no pudo mantenerse montado, y cayó al suelo estrepitosamente.

Como si fuesen uno solo, los hermanos corrieron hacia él gritando salvajemente. En un momento llegaron a su altura. Nuño le clavó la lanza en el pecho, arrancando un rugido de dolor y de rabia del soldado cuando se la retorció. Cástor le dio varios espadazos entre el pecho y el cuello, chillando y arrancándole gotitas de sangre y carne, hasta que después de varios golpes se paró mirándole fieramente.

Sáenz se plantó delante del soldado herido y se puso de nuevo en posición de combate. Su oponente no se lo pensó mucho. Tiró la espada al suelo.

- Piedad -suplicó. Y seguidamente se puso de rodillas.

lunes, 20 de febrero de 2012

GRANJEROS GUERREROS (PARTE III)

Saénz cogió la espada de su enemigo muerto a sus pies. Observó que la flecha enviada por su mujer había dado en el caballo, y éste también estaba rodando por el suelo. Echó a correr, mientras gritaba a Serena:

-Ayuda a los hijos, yo me encargo de él -. Vio que su mujer le hacía caso y volvía a cargar el arco.

Mientras corría sintió un gusto salado en la boca. Era su sangre. Se debía haber cortado la lengua al caer al suelo. Corrió todo lo que pudo hasta llegar a su oponente, que ya se había levantado y tenía su espada en la mano. Se paró a dos metros de él y se puso en posición de combate con las dos espadas. Quedó parado para reponerse de la carrera. Jadeaba, ya no era joven como cuando asolaba las marcas fronterizas como capitán de infantería con el padre de su actual rey.

Enfrente tenía un joven, poco más mayor que su hijo Cástor. Empezaba a quedarse calvo, pues apenas tenía unos pocos pelos rubios largos que le caían por los lados de la cara. Tenía la cara con sangre, seguro que se había caído de bruces. Pero vio sus ojos, en ellos se reflejaba el miedo. Tenía la espada levantada a media caña, enseñándole el filo de la misma. Se dio cuenta de que no era un buen espadachín.

Lo tanteó dando tres pasos rápidos hacia su derecha y moviendo su espada izquierda en molinetes, para cubrirse el movimiento y descubrir la guardia de su enemigo. Éste renqueando solamente se giró. Sáenz se dio cuenta de que la caída del caballo le había pasado factura y debía tener alguna pierna herida. Decidió aprovecharlo con rapidez, pues sus hijos estaban en peligro.

Atacó de frente enviando tajos con las dos espadas. El mozalbete apenas envió una miedosa estocada, que le paró con la espada izquierda. Lanzó su estocada con la derecha, entrando en el pecho hasta la mitad de la hoja. El crío soltó la espada y emitió un gemido, casi un lloro. Sáenz olió los meados al momento. Le miró a los ojos, y por un momento se le representó a su hijo. Pero casi seguido recordó que ese enemigo iba a matarlos y a violar a su mujer. Lanzó un golpe con la izquierda de arriba abajo, y le partió la cabeza como un melón, esparciendo sesos y sangre por sus hombros y brazos.

Con un rugido, le pegó una patada en el pecho y desclavó su espada. Se dio la vuelta y emprendió una loca carrera hacia el último escenario de batalla.

domingo, 19 de febrero de 2012

GRANJEROS GUERREROS (PARTE II)
Se dispusieron a repeler el ataque en forma de triángulo, con la cabaña a sus espaldas. Sáenz en el vértice treinta pasos adelante, atrás a su derecha Serena con el arco, y atrás a su izquierda su hijo mayor Cástor con una espada y Nuño con otro arco más pequeño y una lanza a sus pies.

Venían al galope, aunque entorpecidos pues atravesaban el campo a medio labrar. Escuchó sus risas. Estaban tan confiados que incluso no se molestaban en cubrirse con sus escudos. Sáenz se agachó y cogió una piedra con la izquierda. Sostuvo desmañadamente su espada, para confiarlos aún más. Vio como se separaban, dos iban directos hacia él, dos hacia su mujer y los otros dos hacia sus hijos.

Se quedó de pie parado frente a los que venían hacia él como una exhalación. Se sonrió secretamente cuando vio que en vez de intentar arrollarle, se abrían para cazarlo entre los dos. Otro error. Lo aprovecharía.

-Acordaos de todo lo que sabéis -les gritó. ¡Hacedlo yaaaaaa!

Escuchó cómo las flechas volaban hacia sus objetivos. Uno de los que cargaban contra Serena recibió el flechazo en la cabeza, justo donde acababa el casco, cayendo de su caballo al momento. "Uno menos", pensó. "No ha perdido su habilidad con el arco, perfecto". El otro guerrero chilló de rabia mientras seguía cargando. Sin embargo, en el otro lado uno de los guerreros desvió la flecha de su hijo con el escudo mientras gritaba de triunfo.

-¡A los caballos, disparad a los caballos!

No pudo decir nada más. Estaban a pocos pasos sus dos oponentes. Se abrieron los dos, dejando un hueco entre ambos caballos, y bajaron sus espadas con el gesto de segar. Querían cortarle por la mitad. En ese momento, lanzó su piedra a la cara del caballo del jinete de su izquierda. El caballo relinchó, torció el cuello y tropezó, cayendo al suelo junto con su jinete en medio de una polvareda.

Sáenz vio el segundo jinete que se le echaba encima. Le dio tiempo justo para echarse al suelo de espaldas mientras una lluvia de terrones de tierra y de piedras provenientes del caballo le caía por encima. La espada le pasó a un palmo del pecho. Pudo sentir el viento que provocaba el hierro. Y en ese momento, mientras su espalda tocaba el suelo, barrió el suelo con su espada y cortó la pata trasera del caballo. El ruido fue atronador cuando el segundo jinete se fue al suelo, el suelo tembló.

Se levantó de un salto y blandiendo su espada se acercó al primer jinete caído, que trataba de incorporarse apoyándose en una mano. Levantó la vista y Sáenz pudo ver a un hombre de unos treinta años, barbudo y con una cicatriz en el rostro. Le miró con una mezcla de estupor y miedo. Fue a incorporarse, pero ya no pudo. Sáenz de un solo tajo le decapitó. Notó en la mano de la espada el calor de la sangre de su enemigo.

Se dio la vuelta y vio cómo el otro jinete estaba atrapado debajo de su caballo, haciendo esfuerzos para liberarse. Tenía unos segundos. Miró hacia su familia y vio cómo Serena lanzaba una segunda flecha a su agresor. Su hijo hacía lo mismo contra otro de los jinetes.

Sáenz corrió gritando como un loco hacia el jinete atrapado. Éste, al verlo, levantó las dos manos a modo de protección. No tuvo piedad. Le hundió la espada a la altura del corazón, hasta dejarlo clavado en la tierra.

Ahora le tocaba defender a su familia.

sábado, 18 de febrero de 2012

Granjeros guerreros (parte I)

Sáenz vio cómo la azada rompía en tres partes un enorme terrón de tierra. De entre ellas surgió una pequeña culebra que reptó asustada hacia el agujero más cercano, para desaparecer al instante. Vio cómo varias gotas de sudor de su frente caían en uno de los tormos.

Escuchó un sonido a lo lejos y levantó la vista. En las lindes de su enorme campo vio a seis jinetes que caracoleaban y se golpeaban el pecho. Tenían el escudo de los condes negros. Así que era verdad lo que le había dicho aquel piojoso trovador dos días antes: la tierra de su rey Eduardo estaba siendo invadida por el reino de Arned y según lo que le había contado, apoyado por el rey musulmán Mutamid.

Escuchó sus risas despreocupadas y casi podría adivinar las bravatas que se decían. Gritaban salvajemente y golpeaban las espadas en los escudos. Se veía a la legua que eran exploradores, probablemente de alguna punta de ejército, o del mismo grueso. Saénz supo que aquel año no vería crecer su cosecha.

Soltó la azada y se dio la vuelta para correr desesperadamente hacia la cabaña de madera y barro en el otro extremo. Escuchó de nuevo las risas de sus enemigos. Se dio cuenta de que se sabían fuertes y que no tendrían prisa en ir a coger lo que ya pensaban que era suyo.

- Serena, Cástor, Nuño, corred, la hora ha llegado. Rápido, sacad las armas y preparaos para combatir como os dije. ¡No hay tiempo!

Su mujer Serena salió de la cabaña, con gesto de incredulidad, muy lentamente. Vio cómo sus dos hijos aparecían por un lateral del corral de las gallinas como una exhalación hasta llegar a su madre. Cuando llegó a su altura, Cástor, el hijo mayor, ya estaba dentro levantando la trampilla donde guardaban las armas de la familia.

Sáenz escuchó un alarido y los cascos de caballos al galope.

Ya no tuvo ninguna duda. La visión de su mujer les había decidido ya a lanzar el ataque. Se dio la vuelta, y contempló, como antaño, cómo la muerte cabalgaba hacia ellos en medio de destellos y gritos.

martes, 14 de febrero de 2012

Sin lugar a dudas


Abrir los ojos parecía el paso más difícil, hasta que traté de incorporarme. Inmediatamente, el dolor invadió mi cuerpo de la cabeza a los pies, obligándome a desistir. Una mujer de rostro severo, que se hallaba de pie a mi lado, negaba con la cabeza, mientras yo luchaba por evitar que me saltasen las lágrimas. Levantó la mano en la que llevaba el mando y al apretar un botón, la mitad superior de la cama se elevó hasta que asentí y ella dejó de pulsar, dejándome en una postura más o menos cómoda. Acto seguido, dio media vuelta y salió de la habitación, sin mediar una sola palabra. Menudo despertar, en una cama de hospital, con una pierna escayolada, contusiones por todo el cuerpo y un chichón del tamaño de una pelota de golf en plena frente y sin saber a ciencia cierta cómo había llegado hasta allí. Carmen me observaba desde un rincón, con aquella mirada divertida y su pícara sonrisa, más propias de una niña que de la persona adulta que era. Recordé rodar escaleras abajo, el intenso dolor que sentí al romperse el hueso y de pronto, la oscuridad. Sin embargo, mi mente no lograba visualizar el motivo, aquello que había provocado todo esto, el desencadenante. Intenté preguntarle a Carmen por lo sucedido, pero el solo gesto hizo que un pinchazo atravesara mi cabeza. Ella se acercó hasta situarse a mi lado y entonces comprendí. La almohada que estaba a punto de posarse sobre mi cara no dejaba lugar a dudas.

La Última palabra


- He vuelto a soñar contigo. - dijo Diego sin dejar de mirar distraídamente por la ventana. - Pero ya conoces mis sueños, en cuanto me despierto se vuelven borrosos y pierden todo su encanto ¿Crees justo que sea así?
Ella no respondió, seguía observándole con su mirada fría, distante, y Diego pensó que quizá estaba en su naturaleza actuar de aquella forma, pero aún así resultaba molesto. Se dio la vuelta para poder mirarle la cara, tampoco era de su agrado el dirigirse a alguien dándole la espalda, era de mala educación, además de absurdo. Echó un vistazo rápido a la cocina hasta posar sus ojos en el cuerpo que yacía inerte en el suelo.
- Es una lástima que no tenga tiempo de arreglar éste desorden. - continuó - Odio dejar los platos por limpiar y al suelo le vendría bien que le pasara la fregona. Mi madre se sentiría decepcionada, estoy seguro de ello. Se preocupó de enseñarme a ser una persona responsable y aseada, con buenos modales y mira éste desastre. Ella no lo aceptaría, no.
Seguía mirando sin pestañear aquél cuerpo tendido en el suelo de la cocina, sin mostrar emoción alguna, ni desagrado, ni repugnancia, nada.
- Nunca imaginé que fuera a ser así, - prosiguió Diego - me refiero al causante. Resulta ridículo cuando lo piensas detenidamente. No sé, quizá un infarto, una fuga de gas o una de esas enfermedades raras que salen en las series de televisión y que te matan de manera instantánea hubiese sido un final digno ¡pero esto! es vergonzoso. Ya puedo ver en los titulares de mañana la noticia de "muerte por asfixia provocada por una tostada", no es serio, la verdad.
Finalmente ella se acercó hasta la ventana donde estaba Diego y se puso a su lado. Ahora veía en la cara de él una emoción, una mezcla entre expectación y vergüenza que tal vez nunca hubiese experimentado con anterioridad. Puso su mano sobre su hombro y ambos se quedaron un rato contemplando la escena. Finalmente, ella le habló.
- Vamos, aquí ya no hacemos nada - y preguntó -¿quieres decir unas palabras?
Diego no pudo reprimir una última mirada al que había sido su cuerpo, ahora sin vida, que descansaba sobre el frío mármol en una postura un tanto cómica y junto a el estaba el culpable de aquella situación. Ante tal visión, sólo fue capaz de articular una palabra.
- Adiós - dijo e hizo un gesto de asentimiento para que ella, la muerte le guiara hacia su nuevo destino, que esperaba, careciese de momentos tan bochornosos como éste.