-
¿Se puede fumar? - pregunté tímidamente, convencido de tener esa
mirada que oscila entre la picaresca y la timidez, tantas veces
practicada y perfeccionada durante mi niñez, cada vez que deseaba
conseguir cualquier cosa que se me antojase inalcanzable.
-
No, señor López, no se puede. - fué la respuesta que obtuve del
doctor Gómez, un hombre bajito, calvo, de unos cuarenta y pocos años
que siempre iba enfundado en su impoluta bata blanca y con aquellas
gafas de armazón redondo, grande y dorado. - Además, debo
recordarle que usted no fuma.
-¿No?
Que raro. - dije mientras intentaba rescatar de entre mis recuerdos
una mínima pista que me permitiese rebatir aquella afirmación.
Intento fallido.
-
Cuénteme qué es lo que le preocupa.
-
Anoche volví a tener ese sueño, - mi voz, de pronto, sonaba
nerviosa, casi rota – ya sabe cual, el de las armas, las bombas y
la sangre.
-
Continúe. - dijo sin emoción alguna, sin levantar la vista de su
maldita libreta de apuntes y muy probablemente, sin ningún tipo de
interés. Pero para eso le pagaba, para escuchar mis problemas, mis
preocupaciones, mis emociones, sin necesidad de implicarse o sentir
empatía. Solo escuchar, que a fin de cuentas, fue lo que hizo.
Durante
algo más de cuarenta y cinco minutos, según el reloj de pared que
adornaba en solitario una amplia y blanca pared del despacho,
describí con la mayor cantidad de detalles que pude, el horror y el
asco que produjo en mí la pesadilla de la noche anterior. La sangre
que brotaba a mi paso, entre las lúgubres calles de una ciudad
decadente y sucia. Personas cayendo sin vida bajo el estruendo de
cañones sostenidos por mis manos, o los trozos de carne, visceras y
metralla, esparcidos por doquier, efecto de la onda expansiva de una
bomba casera. Describí los rostros desfigurados, los cuerpos con
alguna extremidad amputada o carentes de todas ellas, los ojos
apagados y aquella risa que retumbaba por todos lados, como
amplificada en un equipo de alta fidelidad. Mi risa. Aún allí, en
la consulta del doctor Gómez, podía percibir la mezcla de olores
entre carne quemada y pólvora.
Los
minutos transcurrieron cruelmente despacio, convirtiendo aquella
exposición de la pesadilla en un suplicio y ni aún así, la persona
que se hallaba a un escaso metro de mí, fué capaz de generar un
solo sonido o movimiento que le delatase como humano. Hasta que
terminé de narrar la tragedia que me atormentaba y decidió tomar
parte en la historia.
-
Veamos, Señor López, - empezó mientras iba pasando las hojas de
una carpeta, hasta dar con lo que buscaba – si, aquí está. Según
el informe de la policía, el veintinueve de marzo de éste año,
exactamente a las diez y siete minutos de la mañana de aquél
jueves, usted entró en un centro comercial, sacó un arma del
calibre treinta y ocho y disparó sin detenerse siquiera a apuntar.
Recargó dos veces el arma, vaciando los tres cargadores en la
distancia que va desde la entrada principal, hasta la tercera salida
de emergencia. El resultado fue de trece muertos y siete heridos, dos
de ellos graves. Desde allí se dirigió en coche hasta la casa de
Isabel Martínez y Alberto Ibañez, sus suegros, a los que mató a
sangre fría con un cuchillo de su propia cocina. Ésto sucedía tan
solo 29 minutos después de haber abandonado el centro comercial. Los
cadáveres fueron hallados aproximadamente dos horas más tarde. Pero
su “ópera prima” estaba aún por llegar. A las catorce horas y
quince minutos, es decir, en plena hora punta, un artefacto de
fabricación casera y programado por usted, hizo explosión en el
andén más concurrido del metro de la ciudad ¿resultado? setenta y
cuatro muertos y más de doscientos heridos. Le detuvieron en su
casa, mientras buscaba a su mujer y a sus hijos que, afortunadamente,
habían salido temprano porque una amiga de la familia les llamó
para invitarles a pasar el día en el campo. Así que no, yo no lo
llamaría un sueño ¿alguna pregunta?
-
¿Quería matar a mi mujer y a mis hijos? - murmuré atónito – ¡No
puede ser! ¡Yo les quiero!
-
Señor López, - me respondió – cada vez que usted sueña, algo o
alguien muere. Está todo en los informes.
-
No entiendo nada, doctor.
-
Se ha pasado toda la vida yendo de psiquiatra en psiquiatra por culpa
de esos sueños y sus consecuencias. - extrajo un par de cigarrillos
del bolsillo de su bata, encendió ambos y me ofreció uno a la vez
que me guiñaba un ojo – Rompamos las reglas, solo por hoy.
-
Gracias. - alcancé a decir al tiempo que aceptaba el pitillo. No
sabía muy bien como encajar todo aquello.
-
Parece que sufre una especie de amnesia selectiva, la cual le impide
recordar ciertos sucesos desagradables de su vida. Por ejemplo, en el
primer informe de su historial, se recoje una escena bastante
grotesca en la cual se vió implicado el gato de su vecina. Por
supuesto, la noche anterior, usted, con tan solo nueve años, había
pasado una noche de terribles pesadillas, según el testimonio de su
madre.
Dió
una larga calada, otorgando unos segundos de silencio para que mi
mente pudiese asimilar los la información, o al menos eso me
pareció.
-
Hay muchas historias parecidas en éstos informes. - continuó –
Una novia que se libró por los pelos, pero que se llevó de recuerdo
algunos golpes. Un amigo desaparecido, aunque nadie pudo jamás
probar su implicación. Constan denuncias por agredir a mendigos,
maltrato animal, en muchos casos con resultado de muerte e incluso se
le acusó de prácticas de ritos satánicos. La lista, créame, es
muy larga y muchos casos son realmente estremecedores.
No
me encontraba demasiado bien, sentía el estómago un poco revuelto y
lo único que deseaba era irme a casa, poder descansar. Pero el
doctor Gómez no parecía dispuesto a ponérmelo fácil y siguió con
su exposición.
-
Todo acto que se le atribuye, de alguna manera, está relacionado con
esos sueños ¿por qué? aún no lo sabemos. Pudiera ser un
desdoblamiento de la personalidad, esquizofrenia paranoide, locura
temporal ¿quién sabe?
-
Doctor ¿cuándo podré irme? - pregunté con angustia.
-
¿Irse? - dijo con irritante ironía – Usted no abandonará ésta
institución mental jamás, señor López. Usted es un paciente que
nos ilusiona, que nos trae nuevos retos, que desafía nuestros
métodos. No, no se irá nunca de aquí, es nuestro nuevo conejillo
de indias y somos muy celosos con nuestros juguetes nuevos.
-
Doctor, hay una cosa que aún no le he contado de mi sueño de
anoche. - dije con odio, con el desprecio que empezaba a sentir por
el individuo que se hallaba a unos pocos centímetros de mi, que me
desafiaba con su bata blanca y sus ridículas gafas – No le he
dicho que al final del sueño, hubo una última víctima, a la que
torturaba y destripaba de la peor manera posible. Esa persona,
doctor, era usted.
Y
ví con satisfacción como el rostro de aquél hombrecillo, tan
seguro y endiosado de sí mismo, palidecía y se contraía de miedo,
cómo su cuerpo temblaba ante la idea de que, como en anteriores
ocasiones, todo lo que sucede cuando sueño pueda convertirse en
realidad.