La
imagen no podría ser más desoladora. Cientos de cuerpos sin vida,
esparcidos por doquier, casas consumiéndose entre las llamas en el
mejor de los casos, coches destrozados, el humo que irrita los ojos y
obstruye las vías respiratorias y hace que todo aquello tenga un
toque aún más siniestro y tóxico.
¿Cuantas
almas han sido sacrificadas para satisfacer el ego y la codicia?
¿Cuantos sueños han muerto en nombre de las libertades de unos
pocos?
Camino
entre luces y sombras, valorando, sopesando pros y contras de cuanto
mis acciones provocan en el curso de la historia. La guadaña de la
parca se cierne sobre el mundo cada vez que tomo una decisión, en
cada lance, en todos y cada uno de los resultados. Siempre ha sido
así, o al menos, así es como alguien, en algún momento, decidió
que debía ser. Obediente en el cumplimiento del deber, efectivo bajo
cualquier circunstancia y siempre anónimo para el resto del mundo.
La
misión ha concluido satisfactoriamente. El objetivo, Jesús
Hernández, más conocido por el sobrenombre de “El Exterminador”,
en cuyo currículum se incluyen varios genocidios y más de un
presidente abatido, ha sido eliminado.
De
pie, sobre un charco de sangre que empieza a coagular, reflexiono
acerca del motivo de mi existencia. La propaganda se ha encargado de
señalar, a través de la historia, a buenos y malos, según la
bandera a defender, o dicho de otra forma, a los intereses
necesitados de protección. El panfleto ha servido para manipular a
las masas en beneficio de los mercados, los mismos que manipulan y
extorsionan a los gobiernos de cualquier ideología, sea democrática
o no. Siempre ellos, dispuestos a llevarnos al matadero cuando la
situación así lo requiera; o a sacrificar a su gente en eso que no
dudan el llamar “daños colaterales”.
-
¡Somos marionetas! - repito una y otra vez, mientras miro
directamente a los ojos de aquél cuerpo que en vida se llamó Jesús,
y que desde sus vacuas cuencas, refleja la cruel dureza de la
realidad. Es hora de quitarse el collar, de dejar de ser el perro
para convertirme en amo.
Mientras
me cuelgo el subfusil a la espalda, escucho las sirenas
aproximándose. Hora de irse, aunque antes, debo proclamar a los
cuatro vientos mi decisión. Puro romanticismo.
-
¡Soy Andrés Cuenca! - pero enseguida me doy cuenta que estoy
susurrando y entonces grito - ¡Y SOY EL EXTERMINADOR!
Desaparezco
entre el humo y el caos, para eso he sido entrenado...