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sábado, 22 de febrero de 2014

El exterminador III


La imagen no podría ser más desoladora. Cientos de cuerpos sin vida, esparcidos por doquier, casas consumiéndose entre las llamas en el mejor de los casos, coches destrozados, el humo que irrita los ojos y obstruye las vías respiratorias y hace que todo aquello tenga un toque aún más siniestro y tóxico.
¿Cuantas almas han sido sacrificadas para satisfacer el ego y la codicia? ¿Cuantos sueños han muerto en nombre de las libertades de unos pocos?
Camino entre luces y sombras, valorando, sopesando pros y contras de cuanto mis acciones provocan en el curso de la historia. La guadaña de la parca se cierne sobre el mundo cada vez que tomo una decisión, en cada lance, en todos y cada uno de los resultados. Siempre ha sido así, o al menos, así es como alguien, en algún momento, decidió que debía ser. Obediente en el cumplimiento del deber, efectivo bajo cualquier circunstancia y siempre anónimo para el resto del mundo.
La misión ha concluido satisfactoriamente. El objetivo, Jesús Hernández, más conocido por el sobrenombre de “El Exterminador”, en cuyo currículum se incluyen varios genocidios y más de un presidente abatido, ha sido eliminado.
De pie, sobre un charco de sangre que empieza a coagular, reflexiono acerca del motivo de mi existencia. La propaganda se ha encargado de señalar, a través de la historia, a buenos y malos, según la bandera a defender, o dicho de otra forma, a los intereses necesitados de protección. El panfleto ha servido para manipular a las masas en beneficio de los mercados, los mismos que manipulan y extorsionan a los gobiernos de cualquier ideología, sea democrática o no. Siempre ellos, dispuestos a llevarnos al matadero cuando la situación así lo requiera; o a sacrificar a su gente en eso que no dudan el llamar “daños colaterales”.
- ¡Somos marionetas! - repito una y otra vez, mientras miro directamente a los ojos de aquél cuerpo que en vida se llamó Jesús, y que desde sus vacuas cuencas, refleja la cruel dureza de la realidad. Es hora de quitarse el collar, de dejar de ser el perro para convertirme en amo.
Mientras me cuelgo el subfusil a la espalda, escucho las sirenas aproximándose. Hora de irse, aunque antes, debo proclamar a los cuatro vientos mi decisión. Puro romanticismo.
- ¡Soy Andrés Cuenca! - pero enseguida me doy cuenta que estoy susurrando y entonces grito - ¡Y SOY EL EXTERMINADOR!
Desaparezco entre el humo y el caos, para eso he sido entrenado...