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lunes, 30 de julio de 2012

Ironía


Nervioso como una colegiala en su primera cita, Arturo se dedicó a deambular por toda la casa, incapaz de permanecer más de dos segundos en la misma estancia. La paciencia nunca figuró entre sus virtudes y aquella situación le estaba desquiciando. Decidido a poner freno a aquella locura, dirigió sus pasos hacia la cocina, en busca del relajante efecto que la cerveza solía proporcionarle. Si eso no funcionaba, tendría que recurrir al maravilloso poder de la industria farmacéutica. Pero mientras recorría el pasillo por enésima vez y aún con la esperanza de oir el estridente sonido del timbre de la puerta, fué conciente de que volvía a rascarse la muñeca izquierda. Se detuvo en seco y tras dudar unos segundos, se arremangó la camisa hasta dejar al descubierto las cuatro cicatrices, enrojecidas por la acción de sus uñas sobre la tela y de ésta sobre la piel. No pudo evitar una amarga sonrisa, fruto de la nostálgia y la vergüenza. Cambió de dirección y entró en la salita, donde había un espejo redondo, enmarcado en hierro envejecido. Desabrochó el cuello de la camisa y un escalofrío recorrió su espalda cuando sus dedos rozaron la marca de la quemadura que había dejado la soga. Tantas notas escritas a nadie en concreto antes de cada intento. Pero siempre fué un cobarde. En cada ocasión se aseguró de tener una vía de escape, un plan b, por decirlo así. La única vez en que no lo hubo, le faltaron agallas para saltar y tuvo que intervenir la policía. La procesión a consultas de psiquiatras había sido interminable y depresión fué la palabra más utilizada en todas ellas. Cada visita se saldaba con una nueva receta y cada receta le proveía de cantidades ingentes de antidepresivos. El diagnóstico, a diferencia del médico, nunca varió, quedando catalogado como maníaco depresivo con tendencia al suicidio, llegando a plantearse si aquello se debía al deseo de llamar la atención más que al de terminar con su existencia. La respuesta llegó de la mano de una dulce voz envuelta en un vestido estampado, de largas piernas e intensa mirada. Ella comprendió su dolor y su necesidad como nadie antes había hecho, hasta lograr lo que ningún terapeuta llegó siquiera a soñar, que aflorase la necesidad de vivir en aquella mente atormentada.
Volvió a pasar los botones con dedos temblorosos y escuchó como se cerraba una puerta de coche, probablemente en la esquina, que hizo que su corazón se acelerase. Empezó a caminar hacia la entrada de la casa, pero un dolor intenso le atravesó el pecho, haciendole caer de rodillas. Decidió acostarse en el suelo mientras su mano derecha intentaba colarse por el bolsillo del pantalón en busca del teléfono. Sintió el estómago revuelto, pero se obligó a si mismo a ignorarlo, no podía permitirse distracción alguna. El dolor se extendió por el brazo izquierdo, disipando cualquier duda, el infarto era inminente. - ¡Ahora no! - consiguió articular mientras extraía el teléfono del pantalón e intentaba marcar los tres dígitos. El sudor de las manos complicó la empresa más de lo previsto, pero justo al marcar el último número, el dolor se intensificó y el terminal se escurrió de entre sus dedos. Alcanzó a escuchar dos sonidos, que provenian de distinta fuente, antes de exhalar su último aliento. Dos voces, las dos femeninas. La primera le llamaba por su nombre. - Arturo, soy Laura. - La segunda, le informaba de que había marcado el número correcto. - Ha llamado al ciento doce ¿en que puedo ayudarle?

domingo, 15 de julio de 2012


Despegando o la mala suerte de que no funcione.

Caminaron los tres por el largo pasillo. Estaba iluminado por luces blancas que se reflejaban en las baldosas del suelo y de las paredes. Lina vestida con su bata color verde desvaído y con zapatillas de fieltro abiertas por los talones, llevaba el pelo corto revuelto, sin pendientes en las orejas. Arrastraba los pies cansinamente, bamboleándose, con los brazos oscilando a los costados. Olía a sudor fuerte y tarareaba un estribillo machaconamente.
Su madre Alba con un vestido negro iba detrás, apoyando la mano en su hombro derecho. Su sombrero blanco destacaba como si fuera un halo encima de su cabeza. Caminaba envarada, con la vista al frente, la cara en tensión. Josi, su padre, vestía un traje gris gastado. Marcaban su imagen unas gafas de pasta demasiado grandes, que le daban un aspecto de topo despistado. 
Les seguían unos pasos detrás dos hombres altos y fuertes vestidos igual que Lina, que flanqueaban al doctor Ariano. Hojeaba a veces unos folios y movía la cabeza de un lado a otro. El grupo caminaba despacio, para dejar una prudente distancia a la familia que estaba delante.
-Papá, ¿hoy me dejarán volar por fin? Yo creo que estoy preparada, he entrenado muy duro-afirmó Lina mientras giraba la cabeza un poco a la izquierda.
-Claro, hija, claro-Josi se adelantó hasta llegar a su altura-. El doctor nos ha dicho que tu tratamiento está yendo bien, que puedes hacer lo que desees. Te va a encantar.
Lina levantó la vista a Josi mientras caminaba, y se fijó en él.
-Papá, ¿estás triste? Tranquilo, no me va a pasar nada, de verdad. He entrenado mucho. Ahora sé que puedo hacerlo. Sé que voy a despegar esta vez. No le voy a hacer daño a nadie. Esta vez no, de verdad, lo tengo calculado-empezó a arrastrar las palabras, mientras subía el tono y abría los ojos como si no pudiera enfocar la imagen de su padre.
-Lina, tranquila, confiamos en ti, sabemos que lo vas a hacer bien-respondió el doctor Ariano con voz suave. Se había acercado al grupo junto con los dos hombres altos-. Como tú has dicho, has entrenado mucho, estás preparada, y nadie te lo va a impedir esta vez. Te ayudaremos en todo lo necesario para que hoy despegues en ese cohete.
-Hija, no es que esté triste, es que estoy cansado, no he dormido en toda la noche pensando en el día de hoy. En lo que vas a hacer, subiendo en ese cohete. Si me ves los ojos rojos, es de cansancio.
Lina miró al frente y dejó caer otra vez los hombros. Apretó el paso y volvió a tararear su canción, subiendo el tono en el estribillo. Su madre se llevó la mano izquierda a la cara, enjugando una lágrima con un pañuelo de papel para luego taparse la boca reprimiendo un sollozo. Josi le puso una mano en la cintura, para darle ánimos. El doctor con sus dos ayudantes les dejaron de nuevo unos pasos de distancia.
Al final del pasillo el grupo dobló a la derecha y a unos diez metros vieron dos puertas una al lado de la otra. Blancas también, donde destacaban los manillares negros y una pareja de policías que se envararon al ver la comitiva. Llegaron hasta ellos y se adelantó el doctor Ariano. Hizo un gesto de tranquilidad a los guardias y se dirigió a la familia.
-Bueno, hemos llegado. Deben despedirse, aquí nos separamos.
Alba ya no pudo reprimir sus sollozos. Josi se abrazó a su hija, en silencio dejando que las lágrimas empañasen los cristales de sus gafas. Lina abrazó a su padre mientras le daba una mano a su madre.
-Tranquilos, papás, que no me va a pasar nada. La prueba saldrá bien, esta vez voy a despegar, no habrá fallos. El doctor me lo dijo y yo estoy preparada. Además me van a ayudar, no voy a estar sola. Os quiero mucho, ya veréis, vendré famosa, todo el mundo me va a envidiar. El cohete está listo y es de última generación.
A una señal del doctor, un policía abrió una puerta y se hizo a un lado para que pudiera entrar Lina. Ésta se soltó de sus padres y se dirigió hacia la habitación. Se paró un momento en el umbral, para lanzar una última sonrisa y un gesto de tranquilidad. Uno de los ayudantes puso una mano en su espalda y la animó a entrar. Ariano hizo una seña al otro policía y éste abrió la otra puerta.
-No están obligados a entrar, ustedes ya lo saben.
-Prefiero ver a mi hija, le hemos prometido que la veríamos y eso es lo que vamos a hacer-respondió con determinación Alba.
-Como ustedes deseen. Pueden pasar.
El matrimonio entró en una habitación cuadrada y pequeña, sin más mobiliario que una docena de sillas. Tenía la misma decoración que el pasillo, salvo que la pared que daba a la sala de al lado había sido sustituida por un cristal enorme. Había sentadas dos mujeres que les miraron sin decirles nada. Dos policías y un hombre de traje negro a rayas se levantaron y éste último se acercó a Alba y Josi.
-Soy Javier Ombrados, el director del Sanatorio Mental. Supongo que son ustedes los padres de Lina.
Ambos quedaron quietos mientras la puerta se cerraba a sus espaldas. Siguió un silencio incómodo. El director desvió la vista y se dirigió hacia una mesa pequeña pegada al cristal.
-Aquí tienen un interruptor. Si lo accionan, se oirá lo que digamos aquí. Pueden ponerse donde quieran. Si necesitan algo, intentaremos ayudarles.
Alba y Josi se sentaron en las dos sillas pegadas a la mesa, de frente al cristal. Desde allí podían ver la habitación contigua. Estaban dentro dos policías al lado de la puerta. Su hija estaba tumbada en la camilla mientras la ataban con firmeza los dos ayudantes del doctor. Éste estaba de espaldas a ellos, manipulando una jeringuilla en la única mesa auxiliar que había de mobiliario además de donde estaba tumbada Lina. El director se sentó al lado de ellos.
-¿Cómo hemos podido llegar a esto, Dios mío?-musitó Alba. Era tan buena, tan estudiosa, tan... ideal-terminó la frase mirando sin ver la escena que estaba enfrente de sus ojos.
-Nunca se sabe, señora-respondió el director-. Hay veces que hay algo que cambia, no nos damos cuenta, y acaba sucediendo. Sin más. No hay que buscarle explicación, simplemente pasa.
-Algo hemos tenido que hacer mal, señor director, para que una hija modelo y la envidia de todos nuestros amigos, se convierta en una asesina en serie, en una persona sin ningún tipo de moral. Una persona que pierda la razón, que mate porque crea en su locura que es una astronauta que le impiden cumplir su sueño gente que no ha visto en su vida. Algo hemos tenido que hacer mal para que no nos hayamos dado cuenta de esto. Algo hemos tenido que hacer mal-Alba arrastró casi la última frase alargando las sílabas con cansancio.
-Señora, no se torture-el director se acercó un poco a la señora y pudo percibir un perfume fresco, que contrastaba con el opresivo ambiente de la habitación. Este tipo de enfermedad es muy difícil de detectar. Se siguen comportando igual y es muy difícil verlo, incluso para un profesional de la medicina. Créanme, sé de lo que hablo, que llevo unas cuantas ejecuciones...
Javier se paró al instante, dándose cuenta de que había metido la pata. Le subieron los colores a la cara, e iba a decir algo cuando la voz de Lina entró con fuerza en la habitación.
-Papás, papás, ¿podéis oírme? Ya me van a dormir para el viaje. Me gustaría escucharos, no sé dónde estáis. ¿Podéis verme?
Alba y Josi miraron al director y éste les hizo una señal de asentimiento. Giraron el interruptor del micrófono.
-Hola hija, sí, te vemos y oímos. Tranquila, lo haces muy bien. Estamos muy orgullosos de ti-. Josi sintió que su esposa le agarraba del brazo para intentar controlar sus espasmos-. Mamá también te ve, lo hacemos los dos. Tranquila.
Las dos testigos se levantaron, dieron la vuelta por detrás de las sillas hasta llegar a Josi y Alba, en acción de apoyo.
-Lina, ¿preparada?-se acercó el doctor Ariano-. Será un momento, sólo notarás el pinchazo.
-Adelante doctor, lo estoy deseando. Llevo meses esperando este momento, haré historia.
Ambos pudieron ver la espalda del doctor cuando éste se inclinó sobre su hija. El director cerró el interruptor del sonido. Alba agachó la cabeza llorando sobre el regazo de su marido. Las dos testigos se acercaron intentando apoyar a la pareja. Josi no desvió la vista. Quiso recordar la escena, los últimos momentos de su hija. Un enfermero a cada extremo de la camilla. La mesa donde quedaba vacío el frasquito de cristal asesino junto a una bolsa de algodón y un frasco de alcohol. Los policías de la puerta, mirando al suelo. La luz blanca, cegadora, que se reflejaba en la bata de Ariano. Y los pies de su hija, desnudos. Agitándose levemente, expulsando la vida que había en ese cuerpo. Y sus manos, con el puño cerrado. Sujetando los mandos de un cohete que no llegaría a ninguna parte.

miércoles, 4 de julio de 2012

Gato encerrado


El gato se desperezó lentamente, arqueando todo su cuerpo para estirar los músculos entumecidos. Con ojos aún somnolientos miró a su alrededor sólo para descubrir que era incapaz de reconocer el entorno en el que se hallaba. Se posó sobre las cuatro patas y repitió el ejercicio, poniendo más énfasis sobre cada uno de sus miembros. Se sentó sobre los cuartos traseros y volvió a observar, ésta vez más despierto y más atento, por si acaso. Levantó la cabeza, en busca de algún olor o sonido familiar que le brindase alguna pista del sitio en el que se hallaba. Nada. Todo a su alrededor resultaba fascinantemente desconocido y abrumadoramente grande. Dudaba entre inspeccionar el terreno, cosa que le atraía a la vez que le aterraba, o quedarse ahí, quieto, a la espera de que sucediese algo, en cuyo caso, ya decidiría su instinto.
Los minutos fueron pasando lentamente, hasta que finalmente, la curiosidad ganó la partida a la cautela. Observaba desconfiado mientras sus pasos recorrían lo que parecía una cocina de dimensiones descomunales. La nevera, la mesa y sus respectivas sillas, el microondas, una escoba apoyada en la pared, el frutero rebosante de unas manzanas que ahora parecían de su mismo tamaño, todo era más grande ¿o él más pequeño? Era absurdo y sin lógica alguna, pero no por ello detuvo sus inseguros pasos y continuó inspeccionando el lugar. Vió una lavadora, el lavavajillas, el horno, también enormes desde su nuevo punto de vista y al llegar hasta el rincón donde se hallaba lo que supuso el cubo de basura, se detuvo en seco, se sentó y observó durante un rato el objeto que tenía ante sí, hasta que cayó en la cuenta de que aquello no era sino una trampa para ratones. De pronto, sus pupilas se dilataron mientras el pelo que le cubría el lomo se iba erizando, en respuesta al sonido producido a sus espaldas. No necesitaba darse la vuelta para saber quién o qué lo había emitido, por fin comprendía donde se hallaba. Quedaba una cuestión por resolver ¿qué sería mejor? ¿que le matase la rata gigante que tenía detrás o la trampa para gatos que tenía delante?