Despegando o la mala suerte de que no funcione.
Caminaron los tres por el largo pasillo. Estaba iluminado por luces blancas
que se reflejaban en las baldosas del suelo y de las paredes. Lina vestida con
su bata color verde desvaído y con zapatillas de fieltro abiertas por los
talones, llevaba el pelo corto revuelto, sin pendientes en las orejas.
Arrastraba los pies cansinamente, bamboleándose, con los brazos oscilando a los
costados. Olía a sudor fuerte y tarareaba un estribillo machaconamente.
Su madre Alba con un vestido negro iba detrás, apoyando la mano en su
hombro derecho. Su sombrero blanco destacaba como si fuera un halo encima de su
cabeza. Caminaba envarada, con la vista al frente, la cara en tensión. Josi, su
padre, vestía un traje gris gastado. Marcaban su imagen unas gafas de pasta demasiado
grandes, que le daban un aspecto de topo despistado.
Les seguían unos pasos detrás dos hombres altos y fuertes vestidos igual
que Lina, que flanqueaban al doctor Ariano. Hojeaba a veces unos folios y movía
la cabeza de un lado a otro. El grupo caminaba despacio, para dejar una
prudente distancia a la familia que estaba delante.
-Papá, ¿hoy me dejarán volar por fin? Yo creo que estoy preparada, he
entrenado muy duro-afirmó Lina mientras giraba la cabeza un poco a la
izquierda.
-Claro, hija, claro-Josi se adelantó hasta llegar a su altura-. El doctor
nos ha dicho que tu tratamiento está yendo bien, que puedes hacer lo que desees.
Te va a encantar.
Lina levantó la vista a Josi mientras caminaba, y se fijó en él.
-Papá, ¿estás triste? Tranquilo, no me va a pasar nada, de verdad. He
entrenado mucho. Ahora sé que puedo hacerlo. Sé que voy a despegar esta vez. No
le voy a hacer daño a nadie. Esta vez no, de verdad, lo tengo calculado-empezó
a arrastrar las palabras, mientras subía el tono y abría los ojos como si no
pudiera enfocar la imagen de su padre.
-Lina, tranquila, confiamos en ti, sabemos que lo vas a hacer
bien-respondió el doctor Ariano con voz suave. Se había acercado al grupo junto
con los dos hombres altos-. Como tú has dicho, has entrenado mucho, estás
preparada, y nadie te lo va a impedir esta vez. Te ayudaremos en todo lo
necesario para que hoy despegues en ese cohete.
-Hija, no es que esté triste, es que estoy cansado, no he dormido en toda
la noche pensando en el día de hoy. En lo que vas a hacer, subiendo en ese
cohete. Si me ves los ojos rojos, es de cansancio.
Lina miró al frente y dejó caer otra vez los hombros. Apretó el paso y
volvió a tararear su canción, subiendo el tono en el estribillo. Su madre se
llevó la mano izquierda a la cara, enjugando una lágrima con un pañuelo de
papel para luego taparse la boca reprimiendo un sollozo. Josi le puso una mano
en la cintura, para darle ánimos. El doctor con sus dos ayudantes les dejaron
de nuevo unos pasos de distancia.
Al final del pasillo el grupo dobló a la derecha y a unos diez metros
vieron dos puertas una al lado de la otra. Blancas también, donde destacaban
los manillares negros y una pareja de policías que se envararon al ver la
comitiva. Llegaron hasta ellos y se adelantó el doctor Ariano. Hizo un gesto de
tranquilidad a los guardias y se dirigió a la familia.
-Bueno, hemos llegado. Deben despedirse, aquí nos separamos.
Alba ya no pudo reprimir sus sollozos. Josi se abrazó a su hija, en
silencio dejando que las lágrimas empañasen los cristales de sus gafas. Lina
abrazó a su padre mientras le daba una mano a su madre.
-Tranquilos, papás, que no me va a pasar nada. La prueba saldrá bien, esta
vez voy a despegar, no habrá fallos. El doctor me lo dijo y yo estoy preparada.
Además me van a ayudar, no voy a estar sola. Os quiero mucho, ya veréis, vendré
famosa, todo el mundo me va a envidiar. El cohete está listo y es de última
generación.
A una señal del doctor, un policía abrió una puerta y se hizo a un lado
para que pudiera entrar Lina. Ésta se soltó de sus padres y se dirigió hacia la
habitación. Se paró un momento en el umbral, para lanzar una última sonrisa y
un gesto de tranquilidad. Uno de los ayudantes puso una mano en su espalda y la
animó a entrar. Ariano hizo una seña al otro policía y éste abrió la otra
puerta.
-No están obligados a entrar, ustedes ya lo saben.
-Prefiero ver a mi hija, le hemos prometido que la veríamos y eso es lo que
vamos a hacer-respondió con determinación Alba.
-Como ustedes deseen. Pueden pasar.
El matrimonio entró en una habitación cuadrada y pequeña, sin más
mobiliario que una docena de sillas. Tenía la misma decoración que el pasillo,
salvo que la pared que daba a la sala de al lado había sido sustituida por un
cristal enorme. Había sentadas dos mujeres que les miraron sin decirles nada.
Dos policías y un hombre de traje negro a rayas se levantaron y éste último se
acercó a Alba y Josi.
-Soy Javier Ombrados, el director del Sanatorio Mental. Supongo que son
ustedes los padres de Lina.
Ambos quedaron quietos mientras la puerta se cerraba a sus espaldas. Siguió
un silencio incómodo. El director desvió la vista y se dirigió hacia una mesa
pequeña pegada al cristal.
-Aquí tienen un interruptor. Si lo accionan, se oirá lo que digamos aquí.
Pueden ponerse donde quieran. Si necesitan algo, intentaremos ayudarles.
Alba y Josi se sentaron en las dos sillas pegadas a la mesa, de frente al
cristal. Desde allí podían ver la habitación contigua. Estaban dentro dos
policías al lado de la
puerta. Su hija estaba tumbada en la camilla mientras la
ataban con firmeza los dos ayudantes del doctor. Éste estaba de espaldas a ellos,
manipulando una jeringuilla en la única mesa auxiliar que había de mobiliario
además de donde estaba tumbada Lina. El director se sentó al lado de ellos.
-¿Cómo hemos podido llegar a esto, Dios mío?-musitó Alba. Era tan buena,
tan estudiosa, tan... ideal-terminó la frase mirando sin ver la escena que
estaba enfrente de sus ojos.
-Nunca se sabe, señora-respondió el director-. Hay veces que hay algo que
cambia, no nos damos cuenta, y acaba sucediendo. Sin más. No hay que buscarle
explicación, simplemente pasa.
-Algo hemos tenido que hacer mal, señor director, para que una hija modelo
y la envidia de todos nuestros amigos, se convierta en una asesina en serie, en
una persona sin ningún tipo de moral. Una persona que pierda la razón, que mate
porque crea en su locura que es una astronauta que le impiden cumplir su sueño
gente que no ha visto en su vida. Algo hemos tenido que hacer mal para que no
nos hayamos dado cuenta de esto. Algo hemos tenido que hacer mal-Alba arrastró
casi la última frase alargando las sílabas con cansancio.
-Señora, no se torture-el director se acercó un poco a la señora y pudo
percibir un perfume fresco, que contrastaba con el opresivo ambiente de la habitación. Este
tipo de enfermedad es muy difícil de detectar. Se siguen comportando igual y es
muy difícil verlo, incluso para un profesional de la medicina. Créanme,
sé de lo que hablo, que llevo unas cuantas ejecuciones...
Javier se paró al instante, dándose cuenta de que había metido la pata. Le subieron los
colores a la cara, e iba a decir algo cuando la voz de Lina entró con fuerza en
la habitación.
-Papás, papás, ¿podéis oírme? Ya me van a dormir para el viaje. Me gustaría
escucharos, no sé dónde estáis. ¿Podéis verme?
Alba y Josi miraron al director y éste les hizo una señal de asentimiento.
Giraron el interruptor del micrófono.
-Hola hija, sí, te vemos y oímos. Tranquila, lo haces muy bien. Estamos muy
orgullosos de ti-. Josi sintió que su esposa le agarraba del brazo para
intentar controlar sus espasmos-. Mamá también te ve, lo hacemos los dos.
Tranquila.
Las dos testigos se levantaron, dieron la vuelta por detrás de las sillas
hasta llegar a Josi y Alba, en acción de apoyo.
-Lina, ¿preparada?-se acercó el doctor Ariano-. Será un momento, sólo
notarás el pinchazo.
-Adelante doctor, lo estoy deseando. Llevo meses esperando este momento,
haré historia.
Ambos pudieron ver la espalda del doctor cuando éste se inclinó sobre su
hija. El director cerró el interruptor del sonido. Alba agachó la cabeza
llorando sobre el regazo de su marido. Las dos testigos se acercaron intentando
apoyar a la pareja. Josi
no desvió la vista. Quiso
recordar la escena, los últimos momentos de su hija. Un enfermero a cada
extremo de la camilla. La
mesa donde quedaba vacío el frasquito de cristal asesino junto a una bolsa de
algodón y un frasco de alcohol. Los policías de la puerta, mirando al suelo. La
luz blanca, cegadora, que se reflejaba en la bata de Ariano. Y los pies de su
hija, desnudos. Agitándose levemente, expulsando la vida que había en ese
cuerpo. Y sus manos, con el puño cerrado. Sujetando los mandos de un cohete que
no llegaría a ninguna parte.