Goran
comprobó en su reloj que faltaban aún cinco minutos. Después de
casi veinticuatro horas encerrado en aquella habitación mal
ventilada, donde en las contadas ocasiones en que había necesitado
moverse, tuvo que hacerlo con el máximo sigilo, la necesidad de aire
fresco y luz natural era cada vez mayor. Su estancia allí exigió,
como tantas otras veces, prescindir de alimento sólido, supliendo
tal necesidad con sopa preparada y embotellada por él mismo. Gajes
del oficio.
Echó
un vistazo a través de la mira telescópica de su viejo Zastava. Le
encantaba todo de aquél rifle; el tacto, la precisión, la historia
llena de éxitos y sangre que podía sentir en la punta de los dedos
cada vez que acariciaba el arma. Pero no era momento de ponerse
melancólico, tenía una misión que cumplir, un objetivo y una huída
rápida y limpia. Tres minutos para la hora cero, un minuto para
recoger todo y dos más para abandonar el edificio.
Tres
meses fué el plazo dado por su cliente para hacer los preparativos.
Con una ruta marcada en un mapa y un millón de dólares como
anticipo, Goran se aventuró por las calles, siguiendo el recorrido a
pie, tomando nota de cada cruce o plaza que se ajustase a sus
necesidades. Una vez seguro de haber elegido bien, investigó y
visitó una veintena de edificios situados en los alrededores de esos
puntos marcados, midiendo distancias, comprobando salidas, posibles
refugios y alternativas de escape en todos ellos. Se decidió por el
sexto piso de una finca de reciente construcción y con carteles que
ofertaban un par de viviendas en alquiler.
Una
vez decidido el nido, el siguiente paso consistió en revisar una y
otra vez cada ruta para salir de ahí lo más rápido posible. Varios
coches robados y con matrículas falsas, fueron distribuídos por los
alrededores. Cada bar, cada estacionamiento, cada comercio, todo fue
inspeccionado minuciosamente de arriba a abajo. La empresa
encomendada requería de toda su astucia y conocimientos y toda
precaución era poca. El objetivo a abatir era difícil, mediático e
importante. Tenía que eliminar al futuro presidente del país.
No
estaba en su naturaleza el cuestionarse a quien mataba o el por qué.
Era lo que mejor sabía hacer y le gustaba su trabajo. Que fuese
alguien importante o no, no era asunto suyo, le pagaban por ello y
era suficiente. Pero había algo que le producía una sensación
extraña, casi divertida. Aunque la política no le interesaba en lo
más mínimo, conocía perfectamente el motivo por el que le habían
contratado. Los dictadores siempre entorpecieron los planes de los
países económicamente poderosos y básicamente lo que se pretendía,
era impedir la subida al poder de un tirano para que los tiranos de
siempre no se viesen perjudicados. Así pues, la solución pasaba por
suprimir al obstáculo, antes de que éste se hiciese más fuerte.
Goran
volvió a mirar su reloj, treinta segundos. Ya se escuchaba la música
de la comitiva acercarse, los gritos de la gente vitoreando al futuro
lider. Revisó rápidamente el rifle, respirando lentamente, bajando
las pulsaciones mientras observaba por la mira telescópica, fijando
el objetivo cincuenta metros antes del punto donde estaba planeado el
impacto. El rifle siguió apuntando a la cabeza sin desviarse
mientras el coche oficial cubría esa distancia.
-
¿Señor secretario? Tiene una llamada por la línea tres.
-
Gracias, puedes retirarte. - dijo con una sonrisa. Esperó hasta oir
el chasquido de la puerta al cerrarse y habló por el auricular. -
¿Diga?
-
Misión abortada, objetivo sigue en ruta. - Sentenció Goran.
-
¡Goran! - gritó el secretario gubernamental - ¡Pedazo de imbécil!
¿De qué estás hablando? ¡Te he pagado para que realices un
trabajo y quiero resultados, no gilipolleces!
-
Con el debido respeto señor, - respondió con absoluta serenidad –
aunque tiene toda la razón para quejarse, gritarme e insultarme,
debo decirle que me he tomado, por primera vez en mi vida
profesional, la libertad de tomar una decisión en contra de mis
intereses y como consecuencia, de los suyos.
-
Escúchame bien... - empezó a decir el secretario, pero Goran le
interrumpió.
-
¡No! Escúche usted. He tenido una idea que me resulta divertida.
Voy a ver cómo se las arreglan sin mi para deshacerse de su
problema, teniendo en cuenta que las votaciones son dentro de dos
días.
Se
hizo un silencio, concedido por Goran mientras imaginaba al
secretario sudando a raudales y que duró varios segundos. Cuando
decidió que era suficiente, continuó.
-
Le sugiero además, que se abstenga de intentar localizarme o cazarme
o lo que quiera que ustedes hagan. Podría tener otra idea divertida,
ya me entiende. Adiós, señor secretario.