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jueves, 15 de agosto de 2013

Experimento fallido.

            Le ardía todo por dentro y el corazón le saltaba salvajemente. Se dobló sobre sí mismo y clavó sus dos dientes delanteros en su blanda tripa hasta sangrar, como si el dolor se pudiera ir por el agujero que se había abierto. A través de su pelo marrón grisáceo comenzó a salir un reguero de sangre. La paja del suelo se tiñó de rojo en un momento. Empezó a cagar una pasta marrón verdusca, manchando su cola de ratón. Sus bigotes le trajeron el olor característico de sus heces junto con algo químico que no sabía descifrar.
                      Comenzó a convulsionar levemente y se arrastró hasta los barrotes de la jaula. Su lomo al final quedó impregnado de paja, sangre y heces. Apoyó sus patas delanteras en los barrotes. Javier, el jefe de laboratorio, se le acercó y le miró a través de sus gafas.
            –Joder, Dientes, otra vez mal. No hay manera, pensé que ya teníamos juntos el remedio y te me pones fatal.
            Dientes mordió los barrotes de rabia. Llevaba dos meses encerrado en un laboratorio sin razón. Le habían privado de libertad sacándolo de su granja, donde tenía comida abundante, todas las ratonas que quería y una panda de crías que siempre iban tras él. Le habían dado comidas asquerosas, operado dos veces, y le habían pinchado líquidos que olían fatal.
            Pero lo que peor llevaba era los olores. Cuando se acercaba, Javier olía siempre a agrio y a humano que apestaba. Sabía lo que comía, lo que bebía y por dónde había pasado antes de entrar en el laboratorio. Incluso sabía cuando se trajinaba a la becaria, pues podía olerla en sus dedos cuando se acercaba a la jaula.
            Ahora su hocico le decía que había tomado café y se había fumado un puro de esos que tenía en el bolsillo superior de su bata blanca. Olían genial, y se moría de ganas porque le diera uno para comérselo. Pero tenía la maldita costumbre de quemarlo y echarlo a perder.
            –Heces marrón-verdoso, convulsiona, no controla el cuerpo, le dan ataques incontrolables con autolesiones; sin fuerza en las patas traseras; la cola se enrosca sobre sí misma. Espuma amarilla en la boca. Individuo con posibles dolores internos que le hacen estar en un estado de rabia. Muerde los barrotes compulsivamente.
            Pero será gilipollas el tío este, pensó Dientes. Si le doliesen a él las tripas como a mí, a ver si no iba a estar cabreado. Aunque la verdad era que después del retortijón y de haberse cagado a gusto, ya no le dolía tanto. Vio que Javier acercaba la cara a los barrotes, para verlo mejor. Se puso boca arriba con las patas encogidas. Chilló con fuerza, pateó varias veces y escupió todo lo que pudo. Luego, se quedó quieto.
            –Dientes, no jodas, vamos, aguanta un poco, que ésta tenía que ser la buena. ¿Pero donde cojones ha fallado? Si la cadena de ácidos era correcta. Joder, joder –dio vueltas tirándose del pelo y atusándose el bigote.
            Una corriente de aire le dijo que Javier se estaba acercando de nuevo. Algo duro y puntiagudo le empujó desde su costado izquierdo. Olió la tinta azul del bolígrafo. Volvió a notar el golpe. Se sintió desplazado por la jaula hasta que un montón de sus propias cagadas lo paró. Pero no se movió para nada. La baba le caía del lateral de su boca hasta taparle un orificio de sus hocicos. La herida de la tripa le picaba pero, aparte de eso, ahora no tenía ningún dolor. Se sentía perfecto, mucho mejor que en días. Tanto que le apetecía hasta la comida asquerosa de granos que de vez en cuando le daba Javier.
            Escuchó el estribo de metal que se soltaba del barrote. Javier estaba abriendo la puerta. Dientes notó cómo se le movían unos pelillos en su oreja. Temió que se diera cuenta y que se echara atrás, aunque decidió quedarse todavía quieto.
            Sintió una presión en ambos lados de su cuerpo y que era levantado del suelo de la jaula. Su cola cayó entre sus dos patas hasta tocar la mano de Javier y sentir su calor. Olió a croissant y a tabaco de nuevo. El olor del hierro fue muy fuerte pero luego fue disminuyendo. El viento que le movía su pelaje le trajo olor a madera, a papel, a plásticos. Supo que ya estaba fuera.
            De repente retorció su cuello y mordió con fuerza la mano de Javier mientras chillaba. Sus dientes atravesaron algo plástico, luego su piel más flexible, hasta penetrar en la carne. Llegó al hueso y aunque empujó, no pudo seguir más. Su sangre era dulce, olía a azúcar y manzanas, y a miedo.
Escuchó el grito que le traspasó sus orejas y sintió un empujón muy fuerte. Sus dientes perdieron el contacto con la mano, pero su lengua seguía recordando la sangre. Abrió los ojos y vio que estaba volando. Tensó el cuerpo, extendió las patas y estiró la cola. Dio contra la pantalla de un ordenador y escuchó su propio cuerpo rebotar. Se giró en el aire y logró caer de patas en el suelo. Ahí sí que le tiró un poco la herida de su tripa. Miró rápidamente hacia delante y vio la puerta abierta.
Se lanzó a la carrera y salió al pasillo. Al final vio otra puerta abierta y corrió pegado a la pared. Escuchó la rabia que Javier lanzaba al aire. Seguía teniendo en la boca su sabor. La carrera le trajo un viento y pudo oler de nuevo la granja.

6 comentarios:

  1. me encanta!!!! por un momento yo tambien he sido dientes!!! ese ratoncito valiente que lucha por su libertad a pesar de todo. Muy buen relato porque alguna vez tiene que ganar el debil porque alguna vez todos fuimos el debil!!!.Me gusta también porque plasma muy bien esa naturaleza destructiva del ser humano y esa falta de respeto a todo lo que nos rodea y no se asemeja a nosotros.
    Muy bueno

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    1. Muchas gracias por tu opinión, pekas. La verdad que se me ocurrió ver la cosa desde el otro lado, qué podría pensar un ratón cuando le sucede eso. Y ahí que me lancé. Bueno, al final, lo libero, ¿eh? Y encima, listo el tio...

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  2. Después de tantos meses de abandono, entrar para descubrir éste relato, no tiene precio...Gracias por el regalo, el pequeño dientes se merece todos mis respetos!!!

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    1. Me alegro que te haya gustado el prota, amigo. Parecía sólo un ratón, y mira si es listo...

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  3. que malo eres y que redicho

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    1. Gracias por comentar el relato, pero no sé exactamente qué me quieres decir. Dónde no te ha gustado o por qué. Me ayudaría mucho tu punto de vista. Un saludo

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