Un
ruido estridente me arrancó de los brazos de Morfeo, depositándome,
a eso de las cuatro y media de la madrugada, en una absurda y oscura
realidad. El teléfono sonó varias veces mientras mis párpados
luchaban por mantenerse abiertos, mi mano tanteaba sobre la mesita de
noche buscando el dichoso aparato y mi mente intentaba decidir si era
lunes o martes. Cuando finalmente localicé la fuente de mi suplicio,
descolgué con desgana, escuchando las gotas de lluvia repiquetear
sobre alguna superficie metálica en la calle.
El
culpable, que no podía ser otro que mi jefe; hablaba demasiado
rápido y nervioso, lo que me hizo del todo incomprensible aquél
discurso que duró unos quince minutos. A pesar de todo, fuí capaz
de retener dos frases: Stanis ilocalizable y activar quinto
protocolo. Si la primera frase me causó horror, su extensión me
dejó petrificado.
Me
vestí lo más rápido que pude, mientras pensaba en Stanis. Entendía
que cundiese el pánico con su desaparición, pero ¿hasta el punto
de atreverse a mencionar al quinto? Necesitaba respuestas y las
necesitaba ya.
El
coche volaba bajo la lluvia, haciendo caso omiso de semáforos y
señales de tráfico. A esas horas, aún de noche, las calles eran
suyas y yo, un mero espectador. Tardé quince minutos en realizar un
trayecto que, en circunstancias normales, podría haberme costado
entre cuarenta y una hora. Me estaban esperando.
Amanecía.
Los primeros rayos del sol se filtraron por las rendijas de las
persianas, mezclándose con la luz artificial de la sala de juntas.
La histeria fue la nota dominante durante los primeros minutos, donde
voces inconexas, originadas en diversos puntos, colisionaban en el
centro mismo, creando un caos sonoro. La cordura tardó, pero
finalmente hizo acto de presencia, mientras yo clavaba la mirada,
incrédulo, en aquellos rostros fatigados e hinchados, fruto del
sueño y el exceso de alcohol. No les culpaba, aquello era grave.
El
secretario se esforzó por hacer un resumen claro y conciso, cosa
que, sorprendentemente y a pesar de su notable estado de embriaguez,
consiguió. Si bien es cierto que a más de un fragmento tuve que
echarle imaginación, con algún que otro corta/pega mental; no
interrumpí en ningún momento su informe.
El
punto número uno había quedado bien claro desde el principio.
Nuestro ingeniero informático, Stanis, había desaparecido sin dejar
rastro. La pregunta era sencilla ¿cómo se podía perder a un genio
de las computadoras, con el aspecto y altura de un oso siberiano, en
una ciudad tan pequeña? Teniendo en cuenta que, además, era un
paranoico de la seguridad (sobre todo de la suya) y tenía por
costumbre decir o dejar por escrito a dónde iba, con quién, lo que
estimaba que tardaría y la mayor cantidad de números de teléfono
que le fuera posible conseguir, en caso de que fuera imprescindible
localizarle. Así que si, teníamos un problema muy grave con lo del
ruso.
El
punto número dos era el verdadero quebradero de cabeza y el más
crítico al que debíamos enfrentarnos. El centro neurálgico del
suministro eléctrico de todo el planeta había sido hackeado. Aunque
analizando bien la situación, ambos problemas necesitaban la misma
solución, a Stanis.
-
Nos lo advirtió, - dije en voz suficientemente audible – a todos y
cada uno de nosotros, pero nadie le hizo caso. Creímos que eran
paranoias producidas por se ego, pura excentricidad ¡Miradnos ahora!
-
Pero el ruso... - el secretario de defensa Reel siempre tenía un
“pero” en la boca, aunque ésta vez no se lo iba a permitir.
-
¡Se han colado en el código fuente del distribuidor mundial de
energía! -grité – Creo que no necesito recordaros a qué nivel
tiene acceso el pirata.
Por
sus caras, deduje que lo entendían perfectamente. Stanis me lo había
explicado cientos de veces, aquello era su obsesión. Utilizando los
principios básicos de la informática, todo se reducía a ceros y
unos, donde cero se traduce en apagado y uno es encendido. Sistema
binario, recitaba una y otra vez con una sonrisa de oreja a oreja.
Según contaba, era posible acceder a cuarquier ordenador desde la
red eléctrica y actuar sobre el mismo sin ser detectado por un
antivirus o cortafuegos, por muy sofisticados que éstos fueran. El
procedimiento, en la teoría, era sencillo; en la práctica no tanto.
La esencia de dicha teoría se sustentaba en el código Morse, lento
y costoso, pero tremendamente efectivo. Nadie se había planteado,
hasta ese momento, hacer algo mínimamente parecido. Se requerían
conocimientos y práctica de informática básica, tener muy claro lo
que se pretendía hacer y desarrollar un complicado programa en modo
rudimentario, por decirlo de alguna forma.
Pensar
en toda la maquinaria bélica que en ese momento estaba expuesta al
capricho de un desconocido, hacía que se me revolviesen las tripas.
El ruso fue capaz de imaginar algo así y tenía muy claro que, si él
había llegado a esa conclusión, tarde o temprano otros lo harían.
-
¿Qué solución propones? - la pregunta venía directamente de Brian
Shuttle, el máximo responsable de aquella mole de hierro y hormigón.
El jefe.
-
Sólo tenemos dos opciones, o encontramos a Stanis o apagamos.
-
¡Por dios! - exclamó Reel -¿Sabe lo que está diciendo? La
humanidad no sobrevivirá ni tres días.
-
¿Prefiere ver como se activan por si mismos los escudos de defensa y
se arman los misiles atómicos? - dije sin ningún tipo de reparo -
¿Se va a sentar en el jardín de su casa a ver el espectáculo? Debe
ser precioso observar cómo bombas provenientes de medio mundo caen a
nuestro alrededor.
-
¡Por favor, señores! - exclamó el vicesecretario de defensa, Lars.
No recordaba su nombre. - Necesitamos soluciones, no añadir
problemas a los que ya tenemos.
-
O Stanis o apagón, - insistí – no hay más alternativas.
-
Pues vayamos a por Stanis. - concedió Shuttle - ¿Por dónde
empezamos?
-
Aquí tengo un listado con sus localizaciones habituales. - la voz de
Julia, máximo responsable del departamento de cuentas, llegó como
un soplo de aire fresco en medio de un asfixiante día de verano -
Propongo repartirnos las tareas y ponernos a ello cuanto antes.
Un buen comienzo de algo: un guión de película, una novela de misterio, intriga o armazón policial... bien puestos los mimbres. Desde el primer momento el lector ve que pasa algo importante, salen personajes con un claro rol y el tema ya está mínimamente planteado. Te dan ganas de leer ya desde el principio y ver qué pasa en la historia. Me gusta. ¿El comienzo de algo, o vas a ser maquiavélico y nos vas a dejar con las ganas?
ResponderEliminar