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viernes, 23 de noviembre de 2012

El exterminador


Exhausto y satisfecho. Así es como debe sentirse un guerrero al concluir la batalla, señal de que ha hecho un buen trabajo. Así es como me siento al observar los cadáveres apilados frente a mi. No hay remordimientos, es un síntoma de debilidad que el enemigo detecta al primer atisbo. Ni se pide clemencia, ni se otorga. Hay leyes no escritas en éste negocio que deben respetarse.
El calor es sofocante. Mientras guardo las armas, noto el sudor correr por mi espalda y las gotas que se forman en mi frente. Ha sido una lucha feroz, la más dura que puedo recordar, pero el resultado ha sido impecable. Todos han sido aniquilados y mi señor quedará complacido, lo que supondrá una cuantiosa recompensa que gastaré en mujeres y vino, los pocos placeres que alguien como yo debe permitirse.
Aún dedico unos segundos a contemplar mi obra. Miembros amputados, cráneos aplastados, sangre que empieza a coagularse, restos de una vida miserable segada por la inagotable sed del guerrero...
- ¡Niño! - escucho gritar detrás de mi – ¡Recoge tus cosas que nos vamos! Tenemos una plaga de cucarachas en el centro.
- ¿Qué hacemos con las ratas? - pregunto con indiferencia.
- Déjalo, que la señora me ha dicho que ya se ocupan ellos ¡Vámonos ya!
Y así, orgulloso y con la ilusión de un nuevo desafío, abandono el campo de batalla. La gente me conoce como el exterminador y ese nombre es el que mejor me define.